A tan solo 25 kilómetros al oeste de la ciudad de Tucumán se encuentra Villa Nougués.
Pero para llegar a ella hay que transitar primero por un camino de película envuelto entre las yungas y los cerros más húmedos de la provincia.
Se deja la localidad de Yerba Buena y allí comienza un camino que sube, curva tras curva, hasta llegar a un gigantesco Cristo Redentor que anuncia la cumbre del cerro San Javier y permite apreciar toda la inmensidad de la capital tucumana. Desde estas lomadas que sobrepasan los mil metros de altura se tiene inigualables vistas panorámicas de la ciudad. Allí está enclavado el gigante Hotel Club Sol, que invita a detenerse y hospedarse observando diariamente los vuelos de parapentistas y aladeltistas. Continuando por el camino, los cerros comienzan a angostarse y las nubes se apoderan del horizonte. La selva se vuelve más que tupida y es necesario levantar el pie del acelerador para poder seguir. Así es que de a poco comienzan a divisarse algunas construcciones y viejas mansiones de antaño, que aparecen entre los huecos que dejan la yunga y las nubes. Al llegar a lo más alto del camino aparece un pequeñísimo pueblo que desde sus primeros años de vida se congregó a las más tradicionales familias tucumanas: Villa Nougués. Esta villa nace en 1899 con la construcción de la casa de veraneo del ingeniero Luis F. Nougués, industrial azucarero y destacado hombre público de la región que gobernó la provincia de Tucumán entre los años 1906 y 1909.
Desde los primeros años de su creación, el lugar adquirió una magia y una mística que aún hoy se mantienen vigentes. Personajes extraños, dicen algunos de sus pobladores, vuelan sobre los techos de las residencias.
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